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Archivo Policiaco de Coca Durán by José M. Vacah is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

martes, 18 de agosto de 2015

¡El Cyborges violó a mi marido! Parte 5


Sacó una cajita de metal del bolsillo interior de su chamarra de policía, embarró las yemas de los dedos índice y pulgar con el polvillo blanco y se los llevó a las narices, lo aspiró como quien se huele los dedos después de rascarse el culo. Coca Durán encendió la radio del auto mientras la droga hacía despertar su sistema nervioso, había dormido poco, la pizza que cenó anoche le había provocado cólicos que lo hicieron desalojar el vientre durante la madrugada, temía que la diarrea lo asaltara en el momento más inoportuno. Tambor Ojeda despertó bruscamente al oír la radio. El noticiero matutino ya había comenzado, eran las 7: 40.

“El primero que saldrá será el jardinero. La jardinera del edificio alberga una hermosa cantidad de geranios piteros, desde el rosa carmesí hasta el rosa venus, bien, muy bien, el arbolito con el que conviven tiene una bella forma de garza. ¿Cuánto costará vivir en un penthouse como éste? El vigilante abrirá el portón para que el chofer saque el auto ¿o tendrá camioneta? La ruca sale a desayunar todos los días cerca de las 9 a un Vips de Polanco con sus amigas (igual de rucaidas que ella supongo). Tengo hambre. Bajaremos del auto, a mí me toca distraer al jardinero mientras mi compadre saca la fusca y ¡papas!” Ojeda repasaba el plan en su cabeza, para no quedarse dormido otra vez. El Tsuru  aparcado a unos metros de la casa de Marie Jo Paz (la viuda del nobel mexicano) desentonaba completamente con el vecindario. Dos tipos, con la jeta como la que se cargan nuestros detectives, vestidos de policía, dentro de un auto negro jodidamente abollado y rayado, es una imagen que podría alarmar a cualquiera, menos a los policías reales, por supuesto.

                En el noticiero transmitían una entrevista a Xavier Velasco, la última víctima del Cyborges. Coca Durán subió el volumen.
Había sacado a  pasear a Boris –mi perro— al parque,  ya era un poco tarde pero Boris estaba muy impaciente. Oscurecía y al poco rato todo quedó en penumbras debido a la avería que presentan muchas de las farolas del Parque Hundido. Estábamos a punto de irnos cuando  escuché un sonido extraño, como si alguien caminara sobre resortes oxidados o no sé, no le di importancia, pensé que era uno de esos  grillos de ciudad. Iba concentrado en mi última novela –escribo mentalmente mis novelas—  así que caminaba de manera automática por el parque, guiado por la voluntad de Boris. De pronto, mi compañero comenzó a ladrar frenéticamente y cuando me percaté de lo que sucedía, sentí una fuerza sobrehumana que…[sollozos] me duele recordarlo… sentí unos brazos con una fuerza desmedida que me [más sollozos]…es muy difícil para mí contarlo… disculpen todos… [más más sollozos]… una fuerza brutal que me bajó los pantalones y ¡me violó! [lágrimas, llanto incontenible]…

—Qué forma tan brutal de hacerlo —exclamó Durán, mientras el jardinero trataba de sacar una escalera de metal por la puerta, el vigilante del edificio le prestó ayuda.

Coca Durán miró la hora en el tablero del auto, inmediatamente sacó su celular para confirmarla, todavía faltaban algunos minutos para que el Chofer sacara la nave de la ruca, así que se buscó en los bolsillos su cajetilla de Marlboros. “Maldita sea la olvidé, tal vez tenga un pitillo en la guantera”, pensó. Abrió la guantera y revolvió los objetos que había dentro mientras su gordísimo acompañante abría un paquete de galletas de bombón. En la guantera estaba un libro de Octavio Paz titulado La llama doble. Tambor Ojeda tomó el libro, lo abrió en una página al azar y leyó en silencio mientras llenaba su chamarra con migajas.

—¿Qué mamada es esa de preservar tu semen de los flujos del tiempo? Ayer en la noche me pregunté, compadre, qué se sentirá ser un espermatozoide de cien años. ¿Tendría los mismos ideales que recién “nacido”? ¿Seguiría esperando la gran unión con el gran óvulo cósmico? ¿o ya habría renunciado al llamado de la hembra?

—No te pongas filósofo pinche gordo, aguanta, en un rato podrás interrogar al esperma criogenado de Paz personalmente. Nomás no te agüites si la respuesta no es tan clara como esperas. Ja ja ja ja –su risa era infantil, casi siniestra— ¡Buzo! que ya salió el chofer. Cuando estacione el auto salimos.

—Disculpen amigos—se acercó Tambor Ojeda al jardinero que se estaba trepando en la escalera y al vigilante que la sostenía— Estoy buscando una maldita dirección, ¿podrían ayudarme?

—Claro que sí mi poli— dijo el vigilante. El Jardinero asintió con la cabeza, era mudo.

Mientras tanto Coca Durán se acercó al chofer que salía del auto. “¿Amigo, tendrás un cigarrillo?” El chofer se sacó de onda con la pinta de nuestro detective, se llevó las manos a los bolsillos y negó con la cabeza. Coca Durán, a unos centímetros del sorprendido chofer, sacó su revólver bulldog .38 a la altura del vientre, cubriendo el arma con su cuerpo, le apuntó. Dijo “súbete al auto capullo”, y apretó los labios como si mandara un beso. Durán entró por la puerta trasera y le clavó el revólver en la costilla, “mete el auto y no hagas ningún pancho o ¡pelas!”, la palabra pelas, en ese contexto, sonaba verdaderamente cruel. Desde la ventanilla Durán observó a su gordísimo compañero entrando al penthouse con el vigilante. Una vez en el estacionamiento le metió un cachazo al chofer en la sien que lo dejó inconsciente.

—Gracias por dejarme entrar a su baño mi estimado—dijo Tambor Ojeda al vigilante—ya me andaba miando—y señaló su bragueta.

Dibujo realizado por un niño con síndrome de down
La sonrisa del vigilante se torció en una mueca de terror cuando vio que el gordísimo policía le apuntaba con una colt .45. “¡Ora, métase al baño!” Cuando el vigilante le dio la espalda al gordo detective para entrar al w.c, éste le metió tremendo cachazo en la nuca que lo dejó en coma. La mandíbula del vigilante se estrelló contra la taza del baño y se la fracturó. Ojeda cerró el baño. Se dirigió al elevador, al pasar por una cámara de seguridad le enseñó pito con el dedo.

Al abrirse el elevador  su compañero ya lo esperaba. Nuestros detectives subieron hacia el último piso, mientras en la mente de ambos sonaba la melodía “Garota de Ipanema”.

Llamaron a la puerta. Un mucamo negro les abrió. El “buenos días, ¿en qué les puedo ayudar?” del negro mucamo de dos metros fue respondido con un amable disparo en el pecho que lo fulminó. Los detectives entraron al apartamento como leopardos lanzándose sobre una presa invisible. Parados a mitad del recibidor, no supieron por dónde comenzar a buscar. ¿Dónde podrían estar los mecos? Se quedaron parados ahí unos minutos.

De pronto una lluvia de tenedores de plata cayó hacia ellos. Un tenedor se le enterró en la pierna a Durán. El cocinero de la rucaida salió de la cocina alarmado por el sonido del disparo, estaba preparando el desayuno, Marie Jo Paz no iba a desayunar fuera esta vez, había cancelado la cita con sus amigas debido a que se sentía enferma. Los tenedores habían sorprendido a nuestros detectives.  El cocinero ninja de la ruicaida se preparaba a sacar otra tanda de tenedores que manejaba con la habilidad de un mago al manipular sus  naipes. Pero Tambor Ojeda le clavó un disparo en la frente. Coca Durán se sacó el tenedor de la pierna. “¡Hijo de perra!”, dijo, la herida lo hizo cojear.

Decidieron buscar a Marie Jo Paz en las habitaciones, “la ruca nos dará el blanco techo”, dijo Durán al gordo conteniéndose la risa. El recibidor daba a una sala y ésta se bifurcaba en dos pasillos amplios, uno conducía a una especie de jardín-terraza y el otro hacia las habitaciones. Caminaron hacia las habitaciones pero una sombra les cerró el paso. Otro mucamo negro de dos metros resguardaba la entrada a las habitaciones, velozmente el mucamo de ébano le conectó unas patadas voladoras a Coca Durán que lo mandaron tres metros de regreso. Tambor Ojeda, impresionado por la fuerza del negro, retrocedió al tiempo que intentó descargarle un balazo. Pero el pinche negro mucamo de dos metros le soltó un karatekazo en la mano que desvió el disparo. Ojeda furioso lanzó un puñetazo al negro pero éste lo esquivó. El oscuro le conectó una patada en los huevos al gordísimo que lo dejó fuera de combate. El mucamo pateó la pistola del gordísimo y corrió hacia el cuerpo de Durán que yacía boca abajo, con la cabeza hundida en el sillón de cuero. Cuando lo volteó para despojarlo del arma, Coca le sonrió, su arma apuntaba la cabeza del negro, disparó. Y los sesos oscuros del negro mancharon a Durán.

Durán entró cojeando a la habitación de Marie Jo Paz pero ésta ya había fallecido. Levantó el cuerpo de la liviana ruca y lo zangoloteó bastante hasta confirmar su deceso. Dejó el cuerpo inerte sobre la cama. Revolvió la habitación buscando el esperma criogenado pero éste no se encontraba allí. Ni siquiera sabía qué forma debía de tener el recipiente de los mecos. Se imaginaba una bacinica de oro o algo por el estilo. Salió del cuarto lanzando maldiciones, en el pasillo su compañero seguía sobándose los blandos. Entró a la otra habitación, era una biblioteca. “¡A huevo!”, había encontrado los mecos. En una  urna de cristal, dentro de un pequeño frigorífico que parecía una nave espacial, en el centro de lo que parecía un santuario hindú con libreros de madera decorados con símbolos religiosos, estaba el esperma criogenado  de Paz.

                Salieron del edificio con el frigorífico en el hombro de Tambor Ojeda. Al salir, el gordísimo se despidió del jardinero que podaba el arbolito, al mirarlos, el rostro del jardinero empalideció de pronto. Su reacción hizo preguntarse a Coca Durán si no debían matarlo. No obstante, seguramente los vecinos de otros pisos habrán escuchado los disparos y alguno habrá llamado a la policía. “Pero la policía siempre tarda en llegar”, pensó Durán, y salió cojeando despreocupadamente. Subieron al Tsuru y arrancaron a toda velocidad, quemando llanta, como en las películas.

Al mirarse en el espejo retrovisor Durán conoció el por qué de la reacción del jardinero, trató de limpiarse las manchas de sesos y sangre de la cara con la manga de su chamarra, pero fue inútil, tendría que lavarse.
Sonó el teléfono celular de Coca Durán. “Maldita sea ¡Quién será!”

—Durán al habla.
—Sniff. Sniff,  sniff, clukclijan ayyyyyyyyyyy uiqkuis kuoeopnxc, uhhhhhhhh ohhhhh ayaachijamndjkhwe kjs ndkjas n jkdmnkshndijenqaashghauijs.
—Maldita sea no puedo entenderle.
 —¡Flussssssssssshhhhhhhhhkkk!  [Nota del editor: onomatopeya de alguien limpiándose la nariz]Encontraron el cuerpo de mi marido asesinado. Se acabó todo señor Durán, ¡todo! Ya no quiero saber nada de la máquina, ya no quiero saber nada de la investigación, ni de usted, ¿me comprende? Estoy harta de los policías y de la prensa, mi vida se volvió un infierno. Mañana me voy de México, tengo el corazón destrozado. Olvídese del caso, y del dinero—Y colgó.

Dibujo encontrado en los archivos clasificados del caso 


lunes, 30 de marzo de 2015

¡El Cyborges violó a mi marido! Parte 4

Llegaron a la escena del crimen, militares y policías habían acordonado la zona.  En México, los múltiples mecanismos de seguridad, información, “inteligencia” y despliegue de fuerzas armadas reaccionan con inusitada rapidez y contundencia cuando se trata de asuntos menores que afectan a miembros de la clase política o a intereses empresariales. Mafias del poder aceleran la captura del Cyborges mientras en otras partes de la apestosa Ciudad de México crímenes mayores quedan en la impunidad. “Resuelve el caso antes de que el  presi regrese de China o te corto los huevos y te los doy de tragar en sushi”, algo así, palabras más o palabras menos, fue lo que dijo Osorio Chong por teléfono al Coordinador de la operación “Culito de Lata”, el agente más kool aid de la ex DFS. La llamada de Los Pinos cimbró la oficina de la Base de Operaciones Mixtas del D.F, donde el grupo especial investigaba las declaraciones de quince testigos que aseguraron haber visto al Cyborges. Entre ellos, se encuentran los dibujos de un niño con síndrome de Down que dice  haber hablado con la máquina en un parque de la delegación Venustiano Carranza. El infante dibujó a su “nuevo amigo”, según las declaraciones de la madre. También analizaban la declaración de un vagabundo que presume haber visto a la máquina salir de diferentes antros de la colonia Cuauhtémoc disfrazado de pollo. Actualmente el vagabundo, que responde al mote de “ruso” y cuyo nombre real es Fernando Lenin Cervantes Radzevok, se encuentra desaparecido, se presume que fue asesinado en una riña callejera y su cadáver  arrojado al Río de los Remedios. A continuación reproduzco una de las descripciones  gráficas encontradas en el escenario donde se perpetró la violación al señor Francisco Ignacio Taibo Mahojo, el autor del dibujo comía tacos justo cuando se perpetró el hecho criminal:

Imagen encontrada en los archivos clasificados del caso

Una punzada ataca los testículos de Coca Durán.
—¿Es el derecho o el izquierdo? —pregunta Tambor Ojeda al tiempo en que arrebata La Prensa que leía Durán cuando sintió el punzón maligno del oficio detectivesco en los huevos.
—Es el izquierdo. Guarda la nota.
—¿Quieres que baje a investigar quién es la nueva víctima?
—No es necesario, no hay prisa, mañana lo sabremos, déjalos…  Malditos puercos, míralos, míralos nomás, cómo se mueven, parecen chinicuiles en un basurero… según están trabajando, según cumplen con el oficio. Dizque asegurando la escena del crimen para realizar los peritajes correspondientes y la mamada ¡cómo si supieran el protocolo! ¡cómo si les interesara a los bastardos resolver el caso! Hacen que trabajan como si alguna vez lo hubieran hecho, ¡farsantes! pero ahora  sí tienen que trabajar porque el ejército está ahí vigilándolos, míralos, míralos cómo se mueven, parecen lombrices en el recto, los perros del gobierno vigilando a los puercos… No sé a quién odio más, a los verdes o a los azules.
—Nosotros éramos azules, te lo recuerdo. Si sigues haciendo corajes te va a dar chorro la pizza.
—¡Cuál pizza méndigo gordo!
—La que nos vamos a comer, ordené una pizza. Di la dirección de la vecina de abajo, ella recogerá la pizza en lo que llegamos. La noche será larga, tenemos muchos hilos que coser.
—Méndigo Tambor-Pito-Alegre ¡con que te andas cogiendo a la ruca de abajo eh! Con razón siempre te anda comprando tus Viñitas, ¡y hasta te las guarda en el refri pa que no se te calienten! Ya se me hacía que había gato revolcado… [Omitimos la conversación completa porque no es apta para menores]
                Nuestros expolicías regresaron al departamento que rentan en la Colonia Obrera, sitio que usan exclusivamente como oficina de trabajo,  pues ni Durán ni Ojeda viven permanentemente ahí, aunque Ojeda llevara a sus parejas sexuales frecuentemente. Nuestros “detectives” cambiaban de oficina más de cuatro veces al año, para evitar sospechas, y por seguridad. En el trayecto un perro sin suerte sucumbió bajo las llantas del más famoso Tsuru negro.
Tambor Ojeda recortó la escueta nota de la Prensa y escribió en ésta las siguientes frases: “Esperar identidad. Probable. Punzada. Izquierdo”. Y colocó la hoja sobre un pizarrón en el que habían acomodado todas las pistas sobre el caso. Varios documentos se exhibían ahí, declaraciones de las víctimas y de presuntos testigos, las fotografías de todos ellos. La foto de Amado Lars (el creador de la máquina pornócrata) ocupa un lugar preponderante; hojas del diario de éste y algunos recortes de periódico, el más visible era una nota cultural en la que se leía:

El Colegio de México invita a todos los interesados a la conferencia
“El esperma criogenado de Paz como paradigma de la Bioliteratura Nacional”
En el marco del centenario del natalicio de Octavio Paz

Por último, una pequeña pieza de metal en una bolsa de plástico colgaba del pizarrón, era la única prueba tangible de la existencia del pérfido cyborg.




Encendieron la televisión mientras devoraban las rebanadas con peperoni. En el noticiero de media noche Enrique Krauze exponía su caso por primera vez en cadena nacional. Mientras mostraba radiografías de su cavidad anal visiblemente ensanchada. En dicha fosa, un fragmento de metal relumbraba como fosforita en una cueva. “Mi vida jamás volverá a ser igual –gimoteaba el hijo putativo de Octavio Paz—,  los médicos me aseguran que he sido preñado por la máquina conocida con el nombre de Cyborg-es 1.0.1. Pido a la opinión pública, que no se preocupen más por el caso de los normalistas desaparecidos. ¡Mi caso es más terrible! Porque no es el Gobierno quien amenaza a un ciudadano, es una máquina maldita, un ente ajeno a nuestra comunidad humana, pido a la compasiva audiencia que, tras escucharme , comprenda todo el dolor que he sentido, el más profundo dolor que paraliza a un ser humano, por supuesto no sólo a mí, sino a todas las víctimas de esta máquina, que no han sido pocas, ni vulgares, puesto que un país sin escritores, sin agentes de la cultura es un país mediocre, por esta razón estimo que mi caso requiere la mayor atención, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla…”
Mientras nuestros detectives miraban atónitos la pantalla, en ese preciso momento, pero al otro lado del mundo, el mandatario mexicano había sugerido a su homólogo chino la posibilidad de intercambiar “el milagro robótico sexual mexicano” por un jugoso contrato en alguna empresa expansionista china. El presidente Peña Nieto estaba dando palos de ciego en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, su ambición no tiene escrúpulos.
—¡Vale madres! Espero que tu plan funcione —destapó una Viña real con los dientes  y se tiró en el sillón mientras apagaba la televisión con furia, el control remoto cayó al suelo y se reventó— ¡Malditos productos chinos, de un pedo se rompen! ¡Carajo! Mañana, tras las declaraciones de Krauze en la televisión, tendremos a miles de ociosos buscando a nuestro robot. Hasta la pinche prensa extranjera tendremos detrás, es más, hasta los pinches Casco Azules de la ONU… ¡la CIA! ¡la Interpol!. Tengo un mal presentimiento Coca. Si no atrapamos al Cyborges cuanto antes, alguien más lo hará por nosotros.
—Deja de llorar como un mariquita sin calzones. ¡Atraparemos al Cyborges mañana! Confía en mí— dijo esto con un tono tan severo que él mismo se lo creyó, en el fondo el temor de no poder atrapar a la máquina sexual agita como fideo el temple  de nuestro duro detective.


Continuará